Ponerse en su piel.




A estas alturas todo el mundo se ha formado una opinión sobre el caso de María José Abeng Ayang o lo que los medios de comunicación han denominado el niño caramelo: un clásico, si se me permite la expresión, de aparición de los servicios sociales en los medios. Yo no tengo ninguna opinión ni voy a perder el tiempo en formármela. No es asunto mío ni soy partidaria de los juicios salomónicos. Es competencia del juez y ha dictado sentencia. Punto.

En cambio, sí parece imprescindible por parte de los medios de comunicación montar un circo mediático en el que el veredicto popular pendula a medida que van apareciendo personajes en la trama: en primer lugar, los padres de acogida, con los que todo el mundo se solidarizó al ver la desgarradora expresión de dolor de la madre de acogida ¿Cómo no ponerse en la piel de esta madre?

Posteriormente, como es lógico ante semejante revuelo mediático, la madre biológica envió una carta en la que contó su verdad, una verdad, muy probablemente, tan verdad como la verdad de la madre de acogida. Una madre, María José, que no pudo ejercer como tal porque, literalmente, le arrebataron al bebé de sus brazos ¿Cómo no ponerse en la piel de esta madre?

Me interesa poco, como he dicho antes, saber quien tiene razón porque estoy segura de que ambas partes tienen razón y no la tienen. Por desgracia, en estos casos hay una gama de grises tan relevante que imposibilita del todo un juicio rápido, a pesar de la creencia popular. Claro que decir esto es tan impopular que casi me arrepiento de escribirlo.

A vuelapluma: Si la madre de acogida ha iniciado los trámites de adopción y se le han creado expectativas tiene razón; si confundió el acogimiento con la adopción, no la tiene. Si la madre biológica tenía 14 años cuando se quedó embarazada, no podía, cruel y sencillamente, ejercer como madre. Si después ha demostrado que está capacitada para criar a su hijo tiene todo el derecho a reclamarlo. Lo demás está en manos del juez, y no de los servicios sociales, quede claro.

Lo que me interesa de este caso son algunas cuestiones tangenciales. En primer lugar, es un escándalo que esta chica se quedara embarazada en un centro de protección de menores ¡de un adulto! Es una paradoja aterradora, que debería, en segundo lugar, haber generado debate sobre las condiciones en las que se encuentran los centros de protección de menores, centros que, en Andalucía y en casi toda España, están externalizados con lo que ello supone, al margen de que estoy segura de que hay profesionales magníficos en estos centros que son las primeras víctimas de estas externalizaciones.

Pero es, sobre todo, lamentable y vergonzoso el tratamiento de la imagen del pequeño. Todo el mundo se rasga las vestiduras por el pitufo, pero la realidad es que todo el mundo conoce su nombre, su cara, y su historia. Es más, este niño podrá buscarse en google cuando sea mayor y revivir el circo que unos adultos han montado en su nombre. No sabe reclamar el derecho a la intimidad. Él, claro, no sabe salir en TV para que nos pongamos en su piel.

Yo me pongo en su piel. No etiquetaré esta entrada ni colgaré enlaces. Me limitaré a pedir desde este modesto lugar que los medios dejen de hablar de ese niño, de publicar sobre él. Pido a sus madres que se peleen en los juzgados y no en los platós. Que alguien se ponga en su piel y lo dejen en paz de una puñetera vez.

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